12 enero, 2015

Arenal I



Razón y alegoría, 
son como la piedra y el agua, 
juntos forman el río. 





Agotada, he andado trozos de un ciudad sin mareas, recorro arenal para descubrir un río de pedruscos con su larga sombrilla de voces de árboles, que recuerdan entre ellos cuando eran un bosque sin asfaltos, ni padecían estos largos alambres que les torturan las danzas de sus hojas y que aún hoy, se quejan emitiendo sacudidas y temblores.

Estos árboles se deshojan de puro berrinche, tapizando los cementos, a ver si con esta manifestación de transpiración natural, el bosque renace y expulsa, de una buena vez y de un solo tajo, a la intrusa ciudad que lo ahoga.

L'l                   

03 enero, 2015

Exilio del Viento




¿Cuándo nos convertimos en Parias?, ¿en sombras invisibles? ¿Cómo y cuándo fue que el alma quedó condenada al vacío? 

Como Orfeo, el aliento baja a los infiernos y descubre que no hay nada, sólo un páramo yermo, un desierto sin arena, sin mirada. Sólo existe un enorme hueco sin ecos. Aquí, hasta la bruma engulló todo suspiro. Este es el infierno, porque no hay ni aliento, ni voz, ni tinta, ni sueño.

Dormir y despertar, sólo son tiempos encadenados. Se amanece, se duerme y se despierta siendo Paria y, ser Paria es una marca de nacimiento, tatuada desde el vientre, revelada por la voz, por el llanto, por las palabras que trazan sus utopías y escriben sobre la quimera que fue aquel instante fugaz, con pensamientos tan distantes, que el espíritu simplemente amanece trasterrado en el inframundo. 

Por eso llegó el alma aquí, sin absolutamente nada, para no traerse algún fantasma pegado. Pero no hay manera de deshacerse de los recuerdos y su fatalidad, porque son heridas, que van pudriendo, de poco a poco, con cada latido, en cada respiración, van gangrenando toda la esperanza.

Ya sólo queda mirar, sólo mirar, el vacío del espacio, de la inexistencia, a través de aquella ventana  sin ninguna vista posible a algún lado. 

Que difícil es la condición humana, que pesado es nacer en este mundo y que inmenso parece un pequeño espacio envuelto en la absoluta soledad. 
Y la memoria, caprichosa, sin poder detenerse, hace brotar los desgarros. Imposible poder congelar tal cascada de sollozos del pasado.

La guerra tiene sabor de aire rancio, huele a metal y ahogo del aliento y sólo evocando, a trozos, despedazados, se puede reconstruir, pieza por pieza, una historia. Sólo recordando, se da forma a lo que ya no existe, se moldean las razones de la sin razón, a distancia, cada detalle toma su lugar. Y se sueña con poder reconstruir aquellos castillos en el aire.


Pero las heridas le duelen hasta a los muertos. Silencio, callar, nunca es propicio, nunca será tiempo de abrir semejante baúl de recuerdos.  Por eso las tumbas se compran a perpetuidad.
¿Año de la victoria? Año de la expulsión, del exilio que se fue tornando eterno, como todo ese vacío que se carga en las pisadas. El aire es denso, aquí ya no hay mañana, no hay ayer y no vale la pena, ni el aquí, ni el ahora.

Todo cae, desgranado, simples semillas que van a un pozo vacío, donde no hay agua, ni voz, ni tinta que emita eco alguno. El alma ha sido aguillotinada y el espíritu se ha resquebrajado como arena, todo pensamiento  se hizo cenizas en un solo chasquido de dedos y así, se borró toda la memoria de la faz del mundo y el tiempo.




Este es el portal del inframundo, es un paraje yermo, aquí, sólo es el exilio donde habita el viento...

                                                                                                                                         L'l