23 diciembre, 2014

Violeta IV, final

¿Cuántas mujeres no repiten en un interminable eco la misma historia? ¿Cuántas no se abandonan en olvido cotidiano hasta diluir todo sueño propio, todo deseo? Orgullosa te platica que dos de sus hijos están trabajando en un lugar muy cerca de Dios, Los Angeles.

- Debe ser bonito, con gente buena para llevar ese nombre.
 ¿Lo conoce maestra, sabe dónde queda?
Únicamente bajas la cabeza asintiendo.

- ¿Está lejos? ¿Más allá del río?

Cómo le vas a contestar, cómo le dices que ese lugar está tan lejos que ni la justicia divina o milagrosa alcanza a quienes no tienen las hojas de papel llamadas pasaporte, cómo le dices que sus hijos viven en el peligro de ser asesinados en cualquier momento. Sus ojos brillantes y húmedos esperan la respuesta, ¿cómo le dices?

- Más allá del río, no mucho. Pero están bien, ¡no se preocupe!

Rompe en llanto.

- Lo mismo me dicen ellos en sus cartas y que pronto vendrán.

Te explica que las cartas las lee y contesta el padre el día que le toca confesarse y hasta le sirven de pretexto para no contarle sus cosas. Ríe un poco.

- Yo no fui niña, me tocó lavar, cortar leña, recogerla, trabajar el campo, cuidar animales, pelar nopales, pescar café, desgranar maíz, hacer hilados, tantas cosas. De chica me encantaban los chicles, no tenía dinero para comprarlos, entonces me metía en la milpa y robaba hojas para tamales y luego las vendía. Ahí andaba, rete contenta, como vaca, masca y masca, para no desperdiciarlo me lo tragaba. Una vez quise robar la gallina del padre para después cobrarle por encontrarla, pero la condenada armó tanto alboroto que me atraparon y me dieron una buena paliza, aún así me gusta el chicle.

Te enseña los hilados que hace con mecate, el entramado es idéntico a las telarañas que están en tu maleta. ¿Qué haces aquí? Creías que ibas a ayudar pero es ella la que te ayuda. Tu presencia es hasta ridícula, ajena. No importa qué diga ella o qué mires. Tus ojos, son ojos ajenos, incapaces de comprender algo. La soga sigue latiendo y enredándose, una pregunta más, un retorcer más de tu aire inerte. Aquí no está tu crisálida, éste es un pozo donde nacen todos los naufragios. Sus tejidos son mosaico donde se esconden las historias, sólo el que los teje conoce los hilos y los porqués.

La luz violeta y el silencio han dejado la tarde en manos de una noche que canta ruidos que nunca podrás describir. Ella, te regala una bolsa y le pides que a cambio te deje regalarle unas clases para leer y escribir. Se atasca de risa y te mira como quien mira a una niña metiendo la mano en la cazuela para sacar algo sin permiso.

- ¡Maestra!, Nadie ha logrado enseñarme y, me gusta no saber por qué  el padre lee y escribe muy bonito. Le acepto unos chicles. ¿Sabe?, A los que les gustaría aprender es a los muchachos, pero ellos regresan hasta dentro de ocho meses, cuando acaba la cosecha. Le aconsejo que si quiere trabajar aquí, venga en invierno, para esas fechas ya llegaron, ahora no hay nadie que quiera aprender.

Terminas tu café y tomas el consejo, le compras dos cajas de chicles y, aceptas que aún nadie ha podido alfabetizar a la neblina.







©1996. ƒ Lucía de Luna

21 diciembre, 2014

Violeta III

Su voz llega a ti vestida de café que revienta en el agua hirviendo, sale y te hace señas para invitarte. De cerca te parece muy pequeña, frágil, casi quebradiza, pero sus ojos te obligan a bajar la vista y respirar profundo.

- Sabe maestra, yo mandé a mis nueve hijos a la escuela con café, maíz y frijol. Aquí, sólo la tierra nos acompaña.

Su voz retiembla como barro firme que aguanta las llamas de la leña, del hambre de saberse arrinconada. Te cuenta que los niños no se registran antes de los 6 años:

- Es caro ir a la cabecera municipal con todo el mundo y pequeños no aguantan el viaje a pie, además..., siempre está el peligro de que mueran de frío en el invierno y entonces ¿para qué sirvió tanto gasto por registrarlos?

- ¿Quién?, No maestra, ése señor no ha venido, sólo vino una vez un ingeniero que usaba jabón perfumado, nos echó a perder varias cosechas y se logró escapar poquito antes del desastre, si no, no sale. Sí que la vimos cerquita, con decirle que hubo hasta muertos. Después de eso, nadie ha vuelto y si alguien viene, no lo dejamos entrar aunque el padre lo pida. Una vez vinieron unos de batas blancas, el padre nos convenció de dejarlos inyectar a toditítos los escuincles, a muchos les dio fiebre y todos nos enojamos y asustamos. Aquí al que le da fiebre se muere. Ya los querían linchar pero quién sabe a qué santo o si fue con el meritito demonio a quien se encomendaron porque no se murió un solo niño. Nadie los acompaño al camino, quien sabe si llegaron, eran como cinco.

Habla. Sus palabras parecen mezclarse con la masa que se extiende en el metate. Al hacer una tortilla, te parece que está creando un ave que danza con el vacío y aterriza por su deseo en el comal. Prepara café y lo endulza. Unas veces come nopales, otras frijoles, hay un polvo amarillo que pinta el agua, le pone chayote en tiras y se come una vez a la semana.

Su voz se mezcla hasta ser parte de los chispazos de la leña que muere en llama viva. Te cuenta que la regalaron a los dos años, que no sabe quienes fueron sus padres o si se la robaron, que nunca fue a la escuela, que el español lo aprendió hasta los veinte años en que le tocó salir a vender por la brecha que entre todos abrieron.

- Hace años nadie salía, aquí estábamos. Cuando hicimos el camino por donde llegó tuvimos que hasta pelear con el gobernador, nos querían detener, dizque era ilegal que nosotros lo hiciéramos, ¿pero quién más lo iba a hacer si estamos aquí arrinconados? Sólo para ir a la cabecera municipal hacíamos hasta cinco días atravesando el monte, con todo y bultos. Ni siquiera un animal para ayudarnos porque hay lados que están rete difíciles, sólo que uno le sepa, se puede. El camión que la trajo, no nos lo dio nadie, entre todas las comunidades nos fuimos cooperando, todos le entramos, apretándonos la garganta todavía más. Ahora vamos y venimos el mismo día, sale temprano por la mañana y pasa por todos lados y nos lleva, en la tarde vuelve a pasar de regreso.

                                                                                                                                      L'l


19 diciembre, 2014

Violeta II

- La mujer es la que más ama a la naturaleza y al hombre ¿no es cierto maestra?

¿Te lo pregunta a ti? Ahora que caes en un precipicio hecho trinchera.
¿Te lo pregunta a ti? Que estás disfrazada, en busca de la crisálida donde tejer todos tus naufragios.

No contestas, sólo miras la sierra selva que te parece virgen pero al igual que tú, se sabe mutilada por una plaga metálica que la invade como cáncer y le desangra las entrañas. Toda su alma expira en la superficie, al desnudarla sólo producen desiertos yermos sin oportunidad a nada, vestida de cementerio la cuadriculan y etiquetan como hectáreas fértiles para regalarla y arrancar votos a los que observan más allá del cristal.

Has venido hasta aquí respirando en pasos de diminuta inmensidad, las brechas que se pierden entre tus pies. La cascada, el río, sólo son parte del suelo y augurio de tu destino.

Aquí las casas duermen en tierra seca, son habitaciones de viento preparadas para que nada llegue a dormitar. Neblina es la única anciana viva que camina por el pueblo. ¿Será el 1492 o el 1525? Después de meditarlo un poco crees estar por ahí del 1800, la pista te la da un letrero oxidado en la tienda de carrizo que dice: “Toma Coca-cola” y lo anuncia una güerita de los cincuenta.

La única plática posible es con el viento que camina detrás tuyo y te empuja apresurando el paso a ningún lado. A lo lejos, una mujer carga un tajo de leña dos veces más grande que su espalda, sus pasos la delatan como olvidada de todos y hasta de sí misma. Se para frente a una casa, arroja el bulto y de sus espaldas borbotean dos alas enormes que se agitan intentando arrancarla de su envoltura de polvo y abandono, ella las reprende.



18 diciembre, 2014

Violeta I


La tarde en la sierra es una grisácea melancolía que hierve en el suspiro de la luna distante. Pesado zambullido de estrellas que se adhieren como pájaros silenciosos en canto de luz, violeta barro, violeta hierba, en parra nocturna.

¿Estás...? Perdida aún de ti misma, el sueño se te escapa de las manos, llevas una finita cantidad de estudios en la cabeza pero desmayas ante el canto de la noche, universo extraño donde el silencio no habita nada porque lo gobierna todo.

Tu maleta llena de lo que no necesitas pero cargas como una imperiosa necesidad, a favor de la moda, en pro de causas ajenas que te ayuden a escapar de ti misma y a la devastación interna de tus sombras. Los hilos negros se van enredando violentamente, recorren tu cabeza y se convierten en la soga que te determina, laten enredados a tus recuerdos embalsamados de llovizna.

Toda sierra es fría como el recordar el abrazo de tu padre. Tu presencia aquí es tan absurda, clavada en un ambiente que no puedes descifrar, esto es otro sitio, sus leyes y códigos te observan escondidos en la vegetación, una voz emerge en algún lugar a tus espaldas:

- La mujer es la que más ama a la naturaleza y al hombre ¿no es cierto maestra?
¿Te lo pregunta a ti? Ahora que caes en un precipicio hecho trinchera.


09 diciembre, 2014

Trastierro de la ceniza



Cuando un ángel baja al mundo se abren las llagas de la tierra y brotan los vacíos. Aquí no habita aquella desolada quimera, continua caminando, esta sólo es tierra de extravíos donde los espejismos son piel de nube que astillan todo anhelo. Ten cuidado, aquí las palabras queman el alma, entre flamas y cenizas terminan trasterradas las tintas y sus latidos. Y no hay manera de arrancar ni un nombre, ni un recuerdo, de los escasos vestigios.

 Sigue tu camino peregrino y no tropieces con las piedras, que si se abren, de sus adentros brotan las lágrimas de Circe, ese ingenuo pichón que intentando escapar de laberintos de viento, el sol le cercenó mirada y vuelo. Ave tonta que deambula el destierro. Se desgarró sus plumas en giro y canto suplicando perdón al divino mar, ensordecido por su propios oleajes. El cielo, látigo implacable, le derrumbó sobre su vuelo toda la intemperie. Ahora, ya no quedan, sino despojos del tiempo y la arena. 

Esta tierra, trastierro de la ceniza, engulle toda la sal y su recuerdo. En este páramo, las ánimas deambulan en transparencia de olvido...





04 diciembre, 2014

Sólo una desaparición más del aliento...



Tres días ya... como Lázaro..., pero aquí no hubo resurrección, sino sólo un acta, único recuerdo de una vida sesgada como el sueño hecho trizas. 

La esperanza ataviada de anhelo se volcó en despecho y aquella falda que ondulaba el viento, ahora sólo es un despojo en el destierro.

Ni rastro del polvo, el tiempo, la lluvia o aquel latido de fugaz nocturnidad, en que las voces cayeron desgranadas por el secreto; y todas las palabras como labios fundidos del encuentro, quedaron desperdigadas como las piedras en el desierto.

Sólo fue un latido de la palabra que anhelaba su propia historia, pero sus alas fueron cercenadas, simple desaparición ante el desprecio que ignora los vuelos y su caída. Y tras la llama llegó el filoso hielo, como látigo sin piedad, partió sueño y deseo, hasta convertirlo en menudencia de cenizas. Aquí ya no se pronuncian palabras, ni voces, ni siquiera se susurra el nombre de la letraherida, pues sólo quedan llagas de luna descuartizada en el infinito.

¿Cómo gritar, si el aliento ha sido despedazado por huracanes?

La desaparición deambula por un páramo, donde sólo respiran abandonos y el granizo late en su propio llanto de letras. 
Las palabras ruedan como cascada de rocas y caen al infortunio, ya no se tropezaran dos veces con el mismo verso, ni la tinta, recorrerá la piel blanca del papel, en que se trazan enigmas de aquel poema que terminó desechado, como un sueño fracturado.

Así quedaron sepultadas todas las astillas de la voz y la tinta, desgarró su último vuelo, intentando trazar algún rastro que el océano pudiera escuchar, intentó dejar sólo una pista naufraga en la arena que diera su paradero en esta tierra del desprecio. Pero la vida trocada en polvo seco, fue arrojada a su suerte de intemperie, tan sólo era un insignificante dígito más en la desaparición del alma. 


Y aquel vestigio de la palabra, ya no dió aliento alguno, tampoco respiró la mirada en lejanía, sólo quedó una marquesina en la sombra que busca inútilmente encontrar su propio recuerdo entre el olvido y la indiferencia...